sábado, 5 de septiembre de 2009

143. La novela del tiempo - Capítulo 4

Mientras María fue a preparar el café, Juan y Enrique se acercaron al balcón pero, desde luego, Juan se desvió para observar los cuadritos con escritura. No necesitó leerlos totalmente porque ya conocía esos textos y no pudo evitar decir casi en voz alta: ¡ahora entiendo...!
Enseguida alcanzó a Enrique quien ya estaba cómodamente sentado en un sillón admirando el paisaje ilimitado que se extendía ante sus ojos, ya que los edificios cercanos tenían una altura mucho menor que el de María. En ese momento Enrique le dice a Juan en voz baja:
“¿Qué te parece que nos dirá Maria?”, a lo que Juan le contesta, “No estoy muy seguro, pero creo que estoy empezando a entender algunas cosas...” “Pero...” iba a repreguntar Enrique, cuando María volviendo de la cocina los invita a regresar a la sala.
Esta vez el café no sólo venía acompañado por las galletas sino también por una bandeja de unos minisandwiches hechos con pan de masa un poco dulce y distintos fiambres y queso cortado en láminas delgadas. Juan, no pudo menos que exclamar, señalando la bandeja: “María, debo decirte que estas cosas me vuelven definitivamente loco”. Ella solo sonrió.
Pasados unos minutos en los que la conversación pasó por los habituales niveles de complejidad de los de cualquier reunión de amigos, del tipo de “qué bonita vista tiene este departamento” y “¿dónde conseguís un fiambre tan rico?, María les dijo que, si querían, les contaba lo que ella pensaba sobre el tema que los había reunido, a lo que enseguida Enrique (ya que Juan tenía en ese instante la boca llena...) respondió: “Por supuesto, María, dale.”
Y María les dijo: “Para empezar, hagamos algunas hipótesis de trabajo: supongamos que el viaje en el tiempo es factible, que las cuestiones técnicas y financieras se resuelven y que la máquina se construye. Supongamos también que se consigue un voluntario para realizar el viaje y, por último, que el funcionamiento de la máquina es exitoso y el viaje se realiza. La pregunta que yo me he planteado y les hago a ustedes en este momento es: ¿para qué sirve?” Se produjo en ese instante un silencio tan sólido que casi se podía tocar. “Sí”, prosiguió María, “me pregunto cuál sería la utilidad de tan grande esfuerzo de la humanidad.” A lo que siguió otro silencio absoluto. Enrique y Juan tendrían, sin duda, numerosas objeciones a lo que María expresaba, pero el hecho era que no podían articular palabra alguna. Pasado un breve lapso pero que pareció eterno, María dijo: “bueno, podríamos considerar ordenadamente los beneficios y perjuicios que conllevaría tan extraordinario logro.
En primer lugar, el hecho de haber podido concretarlo sería en sí mismo algo positivo. Podríamos hacer un paralelo con el viaje a la Luna: tan solo realizarlo cambió la perspectiva de la humanidad que ya no estaría anclada en el futuro a un único planeta. En segundo lugar, una determinada persona podría viajar algunas décadas con la esperanza de ver solucionado un problema de salud sobre la base del progreso constante de la medicina. Creo que siguiendo por esa línea de pensamiento, se encontrarían fácilmente algunos beneficios más, ¿no les parece?
Vamos ahora a los que serían los perjuicios, en mi opinión. El primero surge precisamente del primer beneficio que cité anteriormente: si bien del viaje a la Luna y de la astronáutica en general surgieron beneficios colaterales como el crecimiento de la electrónica, la informática y las comunicaciones virtualmente instantáneas, el viaje en sí pasó a la historia, las nuevas generaciones prácticamente lo ignoran y a nadie, salvo a un muy pequeño grupo de agencias gubernamentales en unos pocos países, le importa si se continúa o no con la exploración del espacio. Con respecto al segundo beneficio citado, el de los temas de salud, ocurre que, como el viaje creemos que es irreversible y no hay comunicaciones desde el futuro, no se podría saber si el objetivo fue cumplido. Peor aún: cualquier conjetura de éxito produciría, en el mejor de los casos, una fila ordenada de millones de personas ansiosas por ser elegidas para el próximo viaje y, en la posibilidad más desfavorable, matanzas indiscriminadas entre los posibles candidatos con el ingrediente adicional de la actuación de unas fuerzas del orden desbordadas totalmente por la situación. Ahora, para no llevar estas ideas a extremos apocalípticos déjenme decirles, desde mi punto de vista, el principal perjuicio que existiría: Nadie puede saber, pero creo que no es difícil conjeturar, el daño mental que sufriría el viajero aún en el caso que el viaje como tal no alterara su mente. Quiero decir que debemos considerar aquí cómo enfrentaría ese pobre ser humano la realidad de un mundo varias décadas posterior al que él conocía, el consiguiente desarraigo y la absoluta certeza de la irreversibilidad del proceso realizado. Eso es, en resumen, todo lo que quería decir”, concluyó María. El silencio que siguió a estas palabras fue, si cabe decirlo, solemne.
Pasados unos instantes y con el propósito de hacer retornar a la reunión a un clima soportable, después del efecto que habían causado sus palabras, María les dijo: “debo confesarles que yo también he reflexionado mucho sobre estos temas y creo haber llegado a la conclusión de que el mayor problema que tenemos sobre este planeta es, permítaseme decirlo con dureza, la falta de razonabilidad de los objetivos de las personas sobre ellas mismas, sobre los demás y sobre el extraordinario universo que nos rodea. Es en ese sentido que alguna vez se me ocurrió poner atención a las expresiones que han dicho los que, o bien saben más que yo o bien se expresan de una manera más aguda...” y cambiando el tono de su voz, agregó: “¿no sé si se han fijado en esos dos pequeños cuadritos en la pared...? pues bien, ahí puse dos de esas expresiones, una de ellas está tomada del guión de la película La máquina del tiempo, y dice:

Todos tenemos nuestras máquinas del tiempo, aquellas que nos llevan al pasado se llaman recuerdos, y aquellas que nos llevan al futuro se llaman sueños,

y la otra es un bien conocido poema donde el poeta español Antonio Machado nos dice:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar."

8 comentarios:

Myriam dijo...

¡Cómo no se me ocurrió! cierto, esas eran las frases.

Tienes razón, todos tenemos nuestras máquinas del tiempo y la que a mi me lleva al futuro la suelo abordar muy seguido.

Bien por la trama, sigo enganchada con la historia.

Saludo y abrazo.

Víctor dijo...

Muy bueno el cuento, muy didáctico.. Eso sí, el concurso era muy muy difícil de resolver, ¡incluso conociendo la opinión de Maria!
Felicidades una vez más.

Roberto dijo...

Myriam y Víctor, muchas gracias por sus comentarios. Espero que les gusten también los capítulos por venir.
Un abrazo desde Buenos Aires.

Roberto dijo...

Hola gente, sería muy fácil llenar unos cuantos transistores de las memorias de los servidores de Blogger con unas palabras de aliento para el escritor. Pero no, la lectura de estos cuatro capítulos me ha hecho pensar en la universalidad, primero de una manera no consiente, pero hoy ya no, me explico: años atrás me gustaba la lectura de la ciencia ficción (ahora también, pero la frecuento menos) y de esas lecturas sale que los dramas que se plantea el autor de esta "novela del tiempo" son universales, a tal punto que otros autores pasaron por esas mismas preguntas.
Me viene a la mente el libro "El año del sol naciente" de W. Tucker donde se da una de las miles de respuestas que tiene la pregunta de María sobre la "utilidad de un tan gran esfuerzo de la humanidad".
También el autor pone en la voz de María la clave esencial de la modernidad: "la falta de razonabilidad de los objetivos de las personas sobre ellas mismas"
Creo que esta novela, que esta tornándose hacia una ciencia ficción interior, dará mucho que hablar.
Felicitaciones R, y esperamos la quinta entrega.

Manuel Aráoz dijo...

¡Quiero más capítulos!
Como no veo televisión no estoy acostumbrado a esperar por saber cómo se desarrolla una historia, jajajaj. Normalmente si me engancho con un libro simplemente puedo aumentar el número de horas que le dedico...

Felicitaciones por el estilo y el mensaje Roberto.
Un saludo

Manu

Roberto dijo...

Muchas gracias RobertoV y Manu.

Para RobertoV: ¿cómo es esa respuesta en el libro de Tucker y a qué esfuerzo se refiere?

Para Manu: Yo ni siquiera tengo un televisor... ja ja.

Nautilus dijo...

Ya me leí todos los episodios de tu novela. Sensacional. A propósito de los viajes en el tiempo en la literatura por medios "no técnicos", esta la incabada, y recién traducida y publicada al español, novela del genial Henry James, "El Sentido del Pasado"( Ediciones del Cobre ). Te la recomiendo, es una de las mejores novelas que puede ministrar este autor, la mejor alta literatura. En España se consigue más facil, el lego español tiene la virtud de vivir allá y correr a la libreria más cercana a reclamarla. Yo sólo la conozco por comentario de Jorge Luis Borges y por reseñas.

¡ Saludos !

Roberto dijo...

Yamil, te agradezco mucho tu comentario y gracias también por tu recomendación del libro de James.
En cuanto a tu comentario al capítulo 6, la verdad es que no creo que la novela te ayude a extraer pautas para el diseño de una máquina del tiempo, sobre todo después de lo que pasa en ese capítulo... je, je.
Un abrazo desde Buenos Aires.