sábado, 26 de septiembre de 2009

149. La novela del tiempo - Capítulo 7

Después de lo expresado por Juan, se produjo otro de esos largos silencios como los que ya habían ocurrido más temprano donde cada uno intentó poner en orden unos pensamientos que ya se tornaban caóticos. Al rato, María dijo “¿les gustaría probar un rico postre?” “por supuesto que sí, María”, respondió Juan.
Un momento después llegaba María con unos platitos en los que se veía cerezas cortadas en mitades cubiertas con un poco de crema apenas batida y salpicadas con chocolate caliente.
El detalle, explicó María, era que las cerezas estaban maceradas en whisky y no en licor dulce como era la receta habitual. Enrique y Juan elogiaron sin reservas la creación de María, poniendo Juan cierto énfasis en puntualizar cómo algo podía ser, a la vez, tan simple y tan rico.
En el momento en que Enrique estaba terminando con las cerezas, sonó su teléfono celular. La conversación fue breve y lo más significativo que se pudo oír consistió en un “… claro, me había olvidado… era a las cinco, ¿no?... bueno, ahí estaré”. Luego de cortar la comunicación, Enrique comentó que se había olvidado totalmente de que era el cumpleaños de un sobrino que vivía en la ciudad de Avellaneda y que había quedado en reunirse con la familia para festejarlo. “Ocurre que arreglamos los detalles hace un mes y, como no confirmamos durante la semana, se me pasó… pero no puedo dejar de ir”, aclaró. Pero enseguida agregó: “lo que les pido es que no suspendan la reunión por mi culpa, ¿no?”, a lo que María respondió rápidamente: “No, claro… por supuesto, si Juan no tiene inconveniente…” a lo que Juan repuso, algo confusamente: “No, seguro… como vos lo veas, María.”
“Bueno, hay tiempo como para un cafecito… tenés un tren a las cuatro menos diez que te deja en Avellaneda en una hora”, dijo María dirigiéndose a Enrique, y agregó: “¿cómo les gusta el café?”. Juan lo pidió apenas cortado y Enrique, como premiándose por algo, con crema.
Como el balcón daba al oeste, el sol de las tres de la tarde ya inundaba la sala de María y producía un ambiente veraniego aunque sólo estaban en octubre. Juan aprovechó que María había ido a preparar el café para salir al balcón a obsevar nuevamente unas plantitas con flores que le habían llamado la atención más temprano. “¿Cómo se llaman estas plantas, María”, dijo en voz bastante alta como para que se oyera desde la cocina. “Mirá Juan, yo no entiendo mucho de plantas y donde las compro aparecen con un cartelito diferente cada vez… el más frecuente para éstas es ‘alegrías del hogar’, pero ponen a veces cualquier otra cosa…” respondió María también en voz alta. “Pues son muy lindas…” concluyó Juan.
Trajo María el café a la mesa acompañado por unas pequeñas galletas con gusto a nuez que comentó que ella misma había horneado y, como era de esperar, fueron elogiadas a dúo por Juan y Enrique. Pero el tiempo corría y en cierto momento le dijo María a Enrique que si salía antes de diez minutos podría llegar caminando a la estación y que lo acompañarían, a lo que Juan asintió con un leve movimiento de cabeza.
Salieron los tres del edificio y se dirigieron a la estación por el camino que les indicó María. Enseguida le dijo Juan que por la mañana habían ido a su casa por uno totalmente diferente y María tuvo que explicarle pacientemente que la extraña geometría de la ciudad de La Plata con sus numerosas diagonales permitía, a veces, trayectos inesperados que permitían ahorrar mucho tiempo. Llegaron a la estación unos minutos antes del horario de partida del tren. Enrique se despidió de Juan y María, subió al tren y se sentó junto a la ventanilla del lado del andén para un último saludo. El tren partió puntualmente.

domingo, 20 de septiembre de 2009

148. Catorce mil visitas

Quiero enviar un saludo a todos mis lectores al cumplirse otro millar de visitas al blog. Entiendo que en el rápido cambio de millar algo ha influido la publicación de la novela y espero que su desarrollo y conclusión esté a la altura de las expectativas de todos.

Por ahora, es llamativo observar interesantes debates e inteligentes opiniones que han aparecido alrededor de su temática. Les cuento también que aún fuera del blog se han generado divertidas polémicas del tipo de: "cómo es posible que tal personaje diga eso" o "cómo puede ser que hayas elegido tal o cual profesión para ése o ésa..." o "tal personaje debería mostrarse un poco más... (y aquí algún adjetivo)".

A estas alturas faltaría publicar un total de dos o tres capítulos más, aproximadamente, y debo disculparme desde ya del retraso que sufrirá el capítulo 7 ya que mi computadora estuvo dos días "sufriendo" una actualización programada.

Un abrazo para todos desde Buenos Aires.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

147. La novela del tiempo - Capítulo 6

En esta oportunidad, la visita al balcón fue acompañada de un intercambio muy escaso de palabras entre Juan y Enrique, ya que cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos los que, luego de las ideas que ambos habían escuchado, se habían vuelto súbitamente mucho más complejos.
María demoró en la cocina tan solo diez minutos y retornó a la sala con una bandeja que contenía cerca de una docena de muy pequeñas pizzas. “¡Qué bien huele eso!”, dijo Juan, y agregó, “¿cómo se hacen?”. Mientras María servía dos para cada uno, le respondió: “Son muy simples. Se toma una rebanada de pan blanco de molde, se le pone un chorrito de aceite, un trocito de queso, una rodaja de tomate, un poquito de cebolla, algún condimento y arriba puede llevar o una rodaja de jamón o dos anchoas o una sardina... un instante en el horno y listo. Yo las llamo pizzitas.” Mientras concluía su frase, María le acercaba a Juan un malbec de esos que se guardan para los amigos muy especiales, para que fuera llenando las copas. Pasados unos minutos de amena charla en la que se evitó retornar al tema que los reunía, y en el momento de servir la tercera pizzita, María le dijo a Enrique: “no te creas que me olvidé de tu interesante objeción acerca de que el progreso de la ciencia muchas veces se ha basado en conceptos, teorías o dispositivos cuya utilidad inmediata no era evidente o en experimentos cuyos riesgos no eran totalmente conocidos”, citando lo dicho anteriormente por él casi textualmente. Y agregó: “a mí me parece que la clave del análisis consiste en comparar cuál es la escala de los riesgos que se van a correr con la magnitud de los beneficios esperados. En el caso de una máquina del tiempo no hay duda de que existe una gran incerteza en ambos platillos de la balanza: ¿quién podría asegurar algo acerca de los beneficios o los riesgos?. Lo que yo creo es que frente a esa importante incerteza, se debería sustituir el concepto habitual de la ciencia en cuanto a que todo lo que excite la curiosidad humana debería investigarse, por un concepto quizá más conservador consistente en investigar solamente lo que parezca razonable. Y, aquí, por razonable entiendo todo aquello que supere un análisis exhaustivo de lo que antes comenté sobre recursos, riesgos, beneficios y cualquier otra característica relevante del proyecto.”
En ese momento Juan se dio cuenta de que debía decir algo y, sin pensarlo más lo dijo: “Bueno, amigos, me parece que en el curso de esta conversación he comprendido una cantidad de cosas en las que ni siquiera había pensado anteriormente. Ahora las palabras razonabilidad y utilidad, o tal vez me gustaría decir conveniencia, han adquirido para mí una nueva resonancia. Para decirlo con un ejemplo simple, antes pensaba por qué no hacer esto o lo otro, digamos... una máquina del tiempo, si eso fuera posible y, en cambio, ahora pienso más bien: por qué hacer esto o lo otro... ¿tan solo porque se me ocurre a mí...? y es aquí donde las palabras razonabilidad y conveniencia me ofrecen una resonancia nueva. Es decir pienso: ¿tal cosa es razonable?, ¿es conveniente...? Y en esta línea de pensamiento es que les digo que he ido perdiendo en este día, aceleradamente, mi inquietud por estudiar la factibilidad de la construcción de una máquina del tiempo. Pero una nueva idea ha venido a reemplazar a esa inquietud: de a poco he ido descubriendo la importancia de coincidir. Sí, de coincidir, en el sentido que da la teoría de la relatividad a esa palabra, es decir: de estar en un mismo lugar y en un mismo instante... en nuestro caso con unas personas que, a través de un intercambio de ideas, pueden estar modificando de algún modo su futuro.” Y agregó, con un gesto de la mano que intentaba abarcar la mesa y sus alrededores, “bueno, no sólo ideas...”, y advirtió que, en ese momento, Enrique, María y él mismo sonreían...

sábado, 12 de septiembre de 2009

146. El Mesías - Georg Friedrich Händel

Aún faltan cerca de cien días para Navidad, pero tenía interés en compartir esta maravilla que encontré en Internet: la sección 12 del Mesías de Händel.
Un abrazo para todos desde Buenos Aires.



12. Coro

For unto us a child is born, unto us a son is given, and the government shall be upon His shoulder; and His name shall be called Wonderful, Counsellor, the mighty God, the Everlasting Father, the Prince of Peace.

(Isaías 9:6)

jueves, 10 de septiembre de 2009

145. La novela del tiempo - Capítulo 5



Después de este discurso que ponía de manifiesto con total claridad las ideas de María sobre el tema, Enrique fue el primero en hablar y dijo que si bien comprendía cabalmente la posición de ella, quería expresar que el progreso de la ciencia muchas veces se había basado en conceptos, teorías o dispositivos cuya utilidad inmediata no era evidente o en experimentos cuyos riesgos no eran totalmente conocidos. María, evitando iniciar un debate en ese momento, le preguntó a Juan: “¿y a vos que te parece?”, a lo que éste respondió: “en realidad hasta hoy yo pensaba más bien en cuestiones técnicas, digamos... un fundamento físico para el diseño, una estimación de la energía necesaria para su funcionamiento, cuestiones de concepto del tipo de si la máquina hace viajar al viajero pero ella misma permanece en su época o bien se desplaza temporalmente con el viajero en su interior... pero ahora, después de tu exposición, estoy seguro de que nos has dado un enfoque tan original y tan ajustado a la realidad que voy a necesitar un tiempo para asimilarlo totalmente. Sin embargo, si querés oír un intento de comentario, te puedo decir un par de cosas. En primer lugar, lo que decís me parece correctísimo y describe una característica del experimento en la que no había pensado: el factor humano; en segundo lugar, el análisis cuidadoso de lo que nos has dicho podría, con alta probabilidad, llevarme al convencimiento de que lo lógico sería abandonar la idea de poner en marcha una máquina del tiempo”. “¿Tan rotundo como eso?”, intervino Enrique, “bueno, yo dije tan solo alta probabilidad, no seguridad... les repito que tengo que asimilar muy bien todas estas ideas que son nuevas para mí”, dijo Juan dirigiéndose a los dos.
“María, por qué no nos contás un poco como fueron surgiendo estas ideas”, interrogó ahora Juan. “Bueno, la verdad es que empecé a analizar estas ideas después de un congreso que se hizo aquí en La Plata sobre física de fluidos hace varios años...” “Disculpame”, interrumpió un tanto bruscamente Juan, “¿uno que se llamó algo así como problemas actuales de la física de fluidos y sus aplicaciones?” “Exactamente...”, respondió María. “Ah, entonces te conozco de ahí, yo también estuve...” dijo Juan con una amplia sonrisa, ya que había resuelto el dilema que se le había planteado al comienzo de la visita a la casa de María. “¿No me digas?”, respondió ella... “Ah, sí tenés razón, ya me acuerdo... hasta estuvimos en la misma mesa durante el almuerzo que se hizo el primer día; vos estabas con dos muchachos de Exactas de Buenos Aires” prosiguió María. “Si, claro, Jorge y Fernando... ahora me acuerdo que vos te quedaste conversando un largo rato con Jorge después del café..” “Efectivamente, fue así”, dijo María y continuó: “y precisamente esa conversación con Jorge está relacionada con lo que estaba diciendo antes, porque el tema principal fue el análisis de cuáles deberían ser las características fundamentales de un proyecto científico para considerar como algo correcto su realización. Quiero decir: correcto desde todos los puntos de vista posibles...” “Qué interesante todo eso, María... y, ¿nos podés contar los detalles de esa conversación?” dijo Enrique. A lo que María respondió: “en resumen fue así: después de analizar qué características no científicas podía tener un proyecto de investigación, digamos: recursos financieros, riesgos, utilidad posible y cosas así, llegamos a la conclusión de que había que abandonar la posición ingenua consistente en que hay que investigar todo lo que la curiosidad del científico sugiera como interesante y, en cambio, sopesar cuidadosamente todas las demás características del proyecto. Aplicado a lo que nos reúne hoy sería lo que yo les comenté hace un rato: no realizar una máquina del tiempo porque sí, porque tenemos curiosidad de ver qué pasa o porque parece un logro importante sino, más bien, tener en cuenta todas las demás características o consecuencias de esa realización.”
Como en ese momento, su auditorio esta literalmente abrumado por la consistencia absoluta de esos razonamientos, María sugirió un pequeño descanso durante el cual les prepararía una pequeña sorpresa en la cocina. Enseguida, Juan y Enrique se dirigieron nuevamente al balcón que ya estaba fuertemente iluminado por el sol del comienzo de la tarde.

lunes, 7 de septiembre de 2009

144. Nuevo concurso

Para quienes están leyendo la novela: si bien el número total de capítulos no está perfectamente definido aún, sí lo está el desenlace de la novela, casi redactado palabra por palabra en la mente del autor. El concurso consiste en predecir cómo terminará esta novela. Si los participantes proponen todos ellos diferentes finales, ganará, lógicamente, el que acierte o el que proponga la idea más parecida a la real, suponiendo que sea suficientemente parecida. Si, en cambio, dos o más lectores aciertan con la idea principal, ganará el que ofrezca más detalles significativos correctos sobre esa idea.
¿El premio...? un Prestigio Internacional Sin Igual y ATEMPORAL.
¡Suerte para todos!
Ah...! me olvidaba: hay que poner un plazo porque la novela debe continuar. Digamos... hasta el mediodía (GMT) del miércoles 9, ¿está bien?

sábado, 5 de septiembre de 2009

143. La novela del tiempo - Capítulo 4

Mientras María fue a preparar el café, Juan y Enrique se acercaron al balcón pero, desde luego, Juan se desvió para observar los cuadritos con escritura. No necesitó leerlos totalmente porque ya conocía esos textos y no pudo evitar decir casi en voz alta: ¡ahora entiendo...!
Enseguida alcanzó a Enrique quien ya estaba cómodamente sentado en un sillón admirando el paisaje ilimitado que se extendía ante sus ojos, ya que los edificios cercanos tenían una altura mucho menor que el de María. En ese momento Enrique le dice a Juan en voz baja:
“¿Qué te parece que nos dirá Maria?”, a lo que Juan le contesta, “No estoy muy seguro, pero creo que estoy empezando a entender algunas cosas...” “Pero...” iba a repreguntar Enrique, cuando María volviendo de la cocina los invita a regresar a la sala.
Esta vez el café no sólo venía acompañado por las galletas sino también por una bandeja de unos minisandwiches hechos con pan de masa un poco dulce y distintos fiambres y queso cortado en láminas delgadas. Juan, no pudo menos que exclamar, señalando la bandeja: “María, debo decirte que estas cosas me vuelven definitivamente loco”. Ella solo sonrió.
Pasados unos minutos en los que la conversación pasó por los habituales niveles de complejidad de los de cualquier reunión de amigos, del tipo de “qué bonita vista tiene este departamento” y “¿dónde conseguís un fiambre tan rico?, María les dijo que, si querían, les contaba lo que ella pensaba sobre el tema que los había reunido, a lo que enseguida Enrique (ya que Juan tenía en ese instante la boca llena...) respondió: “Por supuesto, María, dale.”
Y María les dijo: “Para empezar, hagamos algunas hipótesis de trabajo: supongamos que el viaje en el tiempo es factible, que las cuestiones técnicas y financieras se resuelven y que la máquina se construye. Supongamos también que se consigue un voluntario para realizar el viaje y, por último, que el funcionamiento de la máquina es exitoso y el viaje se realiza. La pregunta que yo me he planteado y les hago a ustedes en este momento es: ¿para qué sirve?” Se produjo en ese instante un silencio tan sólido que casi se podía tocar. “Sí”, prosiguió María, “me pregunto cuál sería la utilidad de tan grande esfuerzo de la humanidad.” A lo que siguió otro silencio absoluto. Enrique y Juan tendrían, sin duda, numerosas objeciones a lo que María expresaba, pero el hecho era que no podían articular palabra alguna. Pasado un breve lapso pero que pareció eterno, María dijo: “bueno, podríamos considerar ordenadamente los beneficios y perjuicios que conllevaría tan extraordinario logro.
En primer lugar, el hecho de haber podido concretarlo sería en sí mismo algo positivo. Podríamos hacer un paralelo con el viaje a la Luna: tan solo realizarlo cambió la perspectiva de la humanidad que ya no estaría anclada en el futuro a un único planeta. En segundo lugar, una determinada persona podría viajar algunas décadas con la esperanza de ver solucionado un problema de salud sobre la base del progreso constante de la medicina. Creo que siguiendo por esa línea de pensamiento, se encontrarían fácilmente algunos beneficios más, ¿no les parece?
Vamos ahora a los que serían los perjuicios, en mi opinión. El primero surge precisamente del primer beneficio que cité anteriormente: si bien del viaje a la Luna y de la astronáutica en general surgieron beneficios colaterales como el crecimiento de la electrónica, la informática y las comunicaciones virtualmente instantáneas, el viaje en sí pasó a la historia, las nuevas generaciones prácticamente lo ignoran y a nadie, salvo a un muy pequeño grupo de agencias gubernamentales en unos pocos países, le importa si se continúa o no con la exploración del espacio. Con respecto al segundo beneficio citado, el de los temas de salud, ocurre que, como el viaje creemos que es irreversible y no hay comunicaciones desde el futuro, no se podría saber si el objetivo fue cumplido. Peor aún: cualquier conjetura de éxito produciría, en el mejor de los casos, una fila ordenada de millones de personas ansiosas por ser elegidas para el próximo viaje y, en la posibilidad más desfavorable, matanzas indiscriminadas entre los posibles candidatos con el ingrediente adicional de la actuación de unas fuerzas del orden desbordadas totalmente por la situación. Ahora, para no llevar estas ideas a extremos apocalípticos déjenme decirles, desde mi punto de vista, el principal perjuicio que existiría: Nadie puede saber, pero creo que no es difícil conjeturar, el daño mental que sufriría el viajero aún en el caso que el viaje como tal no alterara su mente. Quiero decir que debemos considerar aquí cómo enfrentaría ese pobre ser humano la realidad de un mundo varias décadas posterior al que él conocía, el consiguiente desarraigo y la absoluta certeza de la irreversibilidad del proceso realizado. Eso es, en resumen, todo lo que quería decir”, concluyó María. El silencio que siguió a estas palabras fue, si cabe decirlo, solemne.
Pasados unos instantes y con el propósito de hacer retornar a la reunión a un clima soportable, después del efecto que habían causado sus palabras, María les dijo: “debo confesarles que yo también he reflexionado mucho sobre estos temas y creo haber llegado a la conclusión de que el mayor problema que tenemos sobre este planeta es, permítaseme decirlo con dureza, la falta de razonabilidad de los objetivos de las personas sobre ellas mismas, sobre los demás y sobre el extraordinario universo que nos rodea. Es en ese sentido que alguna vez se me ocurrió poner atención a las expresiones que han dicho los que, o bien saben más que yo o bien se expresan de una manera más aguda...” y cambiando el tono de su voz, agregó: “¿no sé si se han fijado en esos dos pequeños cuadritos en la pared...? pues bien, ahí puse dos de esas expresiones, una de ellas está tomada del guión de la película La máquina del tiempo, y dice:

Todos tenemos nuestras máquinas del tiempo, aquellas que nos llevan al pasado se llaman recuerdos, y aquellas que nos llevan al futuro se llaman sueños,

y la otra es un bien conocido poema donde el poeta español Antonio Machado nos dice:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar."

jueves, 3 de septiembre de 2009

142. Ilustraciones

Debo comentar a mis lectores que una lectora asidua del blog ha decidido tener la gran gentileza de ilustrar los capítulos de "La novela del tiempo". A medida que sus actividades se lo permitan y que la trama vaya progresando, me hará llegar sus dibujos para ser incluidos en el lugar apropiado. Cada dibujo reflejará alguna escena de las narradas en cada capítulo. Ahora pueden ver en el capítulo 3 un momento crucial de la reunión en la sala de María.

¡Muchas gracias, Myriam!

Saludos a todos desde Buenos Aires.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

141. Intervalo para concurso

Los lectores podrán arriesgar qué textos se leen en las hojitas enmarcadas como cuadros de las que se habla en el capítulo 3 de "La novela del tiempo".
Tienen todo el jueves 3 para participar ya que eso se develará (o desvelará...) en el capítulo 4.
¿El premio...?
Un Prestigio Internacional ATEMPORAL.
¡Suerte para todos!

martes, 1 de septiembre de 2009

140. La novela del tiempo - Capítulo 3



María bajó a recibirlos, besó a ambos y los llevó hasta el ascensor que los condujo al piso 11. Entraron a una sala muy luminosa en la que había algunos cuadros muy bien elegidos, muebles muy simples pero confortables y unos grandes ventanales por los que se divisaba el Río de la Plata. Les ofreció café o té o alguna otra cosa que quisieran y ambos optaron por café. Enseguida se los alcanzó acompañado por unas pequeñas jarritas con leche y con crema y unas galletas hechas por ella. Pronto la conversación giró sobre los sucesos de los últimos tiempos de María y Enrique que llevaban algo así como nueve años sin verse, aunque de tanto en tanto, se escribían; y, enseguida sobre Juan, de quien María no había oído hablar hasta la semana anterior. Sin embargo, en cierto momento, Juan se dio cuenta de que conocía a María, estaba seguro de haberla visto antes en alguna parte y se lo dijo de manera un poco brusca: "María, ¿vos sabés que me parece que te conozco de algún lado?", "¿de dónde podría ser Juan?, la verdad es que no me acuerdo", le contestó sin rechazar esa posibilidad y como invitándolo a hacer un esfuerzo de memoria. Juan no logró recordar en ese momento y le dijo que tal vez pudiera acordarse más tarde.
Enseguida la conversación giró hacia el tema que los había reunido y María propuso que cada uno hiciera un breve resumen de cómo veía la cuestión del viaje temporal, con el enfoque que creyera conveniente.
Comenzó Enrique diciendo que lo que él había oído y leído se podía resumir en cuatro puntos principales que pasó a enumerar enseguida.
"La factibilidad científica: todavía no estaba demostrada, pero tampoco estaba probada su imposibilidad, además era importante tener en cuenta que la investigación se relacionaba con áreas relativamente especulativas de la ciencia como agujeros negros y todo tipo de conexiones misteriosas en el espacio-tiempo.
La cuestión tecnológica: la secuencia de diseño, desarrollo, puesta a punto, y eventual operación de alguna clase de máquina o dispositivo que enviara cosas o personas al futuro, suponiendo que esto fuera posible, sería necesariamente muy compleja y con requerimientos energéticos fabulosos.
La cuestión financiera: los presupuestos estimativos rondaban cifras con un número muy importante de ceros.
La seguridad: la integridad del eventual viajero y del entorno de la máquina no estarían garantizadas en modo alguno."
Juan y María asintieron pero no realizaron comentarios.
Tocaba ahora el turno a Juan quien, mientras Enrique hablaba, había dejado vagar su mirada un poco al azar y había notado que en las paredes no solo se encontraban colgadas unas pinturas muy interesantes sino que también se veían, perfectamente enmarcados, dos pequeños textos impresos en color sobre papel blanco. No los podía leer porque estaban en el extremo opuesto a donde él estaba, pero le pareció que uno era un poema y el otro era un texto breve o, tal vez, solo una única frase larga.
En un tono algo menos técnico que Enrique, empezó diciendo: "Bueno, el tema desde mi punto de vista se los puedo resumir así:
Como ustedes saben hay mucha literatura sobre la posibilidad de viajes en el tiempo, desde literatura en sentido estricto, cuentos, novelas, digamos... textos de ficción pura, hasta literatura semicientífica o de divulgación y textos más serios que intentan una aproximación rigurosa al tema. Por supuesto, los textos más rigurosos y más fundamentados escapan totalmente a la comprensión de los que no somos especialistas en temas de cosmología, relatividad general o similares. Sin embargo, pese a no tener una inclinación por esos temas en mi tarea profesional, reconozco que siempre tuve una cierta curiosidad sobre la cuestión del tiempo. Podría reconocer que esta curiosidad comienza cuando en alguna materia de la carrera oí sobre la posibilidad de tratar a la variable tiempo como una coordenada más. Desde una visión ingenua se podría pensar, simplemente, que si es posible trasladarse a gusto sobre una coordenada espacial, por qué no lo sería sobre la famosa coordenada temporal.
Claro está que con los años se reconoce que lo de 'la cuarta coordenada' no es más que una manera de tratar de describir ciertas situaciones, experimentos o problemas por resolver, con un formalismo matemático elegante y útil a la vez. Pero... la imagen mental que se ha creado, puede persistir... y entonces es que uno puede volver a especular: por qué no será posible 'deslizarse por esa coordenada'. Casi diría que la propia sonoridad de la palabra 'deslizarse' sugiere la idea de que un mecanismo que permitiera hacerlo no debería necesariamente ser complejo, caro o inseguro. Pero, evidentemente, esto es tan solo una sensación y no el resultado de un razonamiento sobre bases sólidas. Entiendo que con esta charla les he dado, tal vez, la exposición menos científica de mi vida, pero espero haberles podido transmitir lo que pienso sobre este tema", concluyó Juan.
Ahora tocaba el turno a María quien sugirió un pequeño descanso no solo para que fueran reflexionando sobre lo que cada uno había dicho hasta el momento, sino también para que ella preparara algo más de café y sus invitados pudieran disfrutar del increíble paisaje que se observaba desde el balcón del departamento.