miércoles, 28 de octubre de 2009

153. La novela del tiempo - Un comentario

Releyendo la novela presté cierta atención a una frase que el personaje de María dice cerca del final del capítulo 4:

"Creo haber llegado a la conclusión de que el mayor problema que tenemos sobre este planeta es, permítaseme decirlo con dureza, la falta de razonabilidad de los objetivos de las personas sobre ellas mismas, sobre los demás y sobre el extraordinario universo que nos rodea."

Como la novela es ficción pura, en su momento esa frase fue redactada un poco al correr del teclado, sin pensarla demasiado; finalmente, cada personaje puede decir cualquier cosa. Sin embargo, leída por segunda vez, la frasecita me parece que es interesante y he pensado abrir un espacio para que mis lectores puedan opinar sobre la tesis que esa frase sustenta. Por supuesto, si quieren y tienen tiempo.

Muchas gracias a todos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

152. La novela del tiempo - Capítulo 9

Se produjo un corto silencio hasta que les sirvieron el té. Mientras Juan agregaba azúcar al suyo, por decir algo comentó: “Fue interesante aquel congreso, ¿no?... digo, porque se pudo encontrar trabajos sobre temas muy variados, desde algunos que estaban en el límite entre la Física y la Química hasta otros que lindaban con la Matemática como el que vos presentaste… ¿de qué era exactamente?” “Ah, sí…” respondió María, “era un trabajito que intentaba describir fenómenos de turbulencia a partir de un formalismo que usaba funciones de distribución en espacios de seis variables… digamos… posiciones y velocidades. Luego requería un esfuerzo computacional considerable para obtener los resultados que se comparaban con lo que se medía en los experimentos reales de laboratorio. Desde mi punto de vista te digo que era muy interesante el tipo de matemática que había que hacer y cómo se resolvían las dificultades que iban apareciendo en el desarrollo. ¿Y el tuyo…? Era algo de unas ondas medio raras, ¿no?” “Sí” contestó Juan, “fue un trabajo que hicimos con Fernando y que se originó en una tesis que tuve que dirigir en una universidad privada que en aquel tiempo tenía una carrera de Oceanografía. Se trataba de cómo presentar didácticamente la teoría de las ondas de Rossby para un curso de grado” “¿Y qué son esas ondas?” preguntó María. “Son unas de enorme longitud y mínima amplitud que recorren los océanos, originadas simultáneamente por el giro y la esfericidad del planeta, lo que lleva a ecuaciones dinámicas muy interesantes… fuerzas de Coriolis y todo eso…” concluyó Juan.
Para ese entonces, la tarde ya casi daba paso a la noche y las jarritas de té estaban vacías.
Juan quiso hacer algo así como un resumen de lo sucedido en ese día, diciendo: “Creo, María, que a lo largo de este día han ido surgiendo puntos de coincidencia entre tus ideas y las mías sobre varios temas… por ejemplo, eso que dijiste sobre la falta de razonabilidad de los objetivos de las personas sobre ellas mismas, sobre los demás y sobre el extraordinario universo que nos rodea, me pareció de una sensatez excepcional a la vez que el resultado de una reflexión muy profunda.” “Bueno Juan, gracias”, respondió María y agregó, con una sencillez inigualable “yo podría decir también eso de las coincidencias Juan, seguro que sí… pero además, a lo largo del día, me he ido enamorando de vos.” Para Juan el efecto de esta frase inesperada fue como el de un rayo que hubiese caído en el umbral de la puerta del club: por un instante se quedó sin palabras, pero con un esfuerzo sobrehumano logró articular correctamente lo que quería responder: “yo también, María”, dijo extendiendo su mano derecha por sobre la mesa hacia ella; María la tomó firmemente con sus dos manos, mirándolo a los ojos. En ese momento los dos sabían que estaban sellando un pacto más allá del tiempo.
Salieron. El cielo ya exhibía algunas estrellas pero el horizonte todavía mostraba una línea rojiza, cada vez más oscura.
En su casa de Buenos Aires, Enrique, que imaginaba todo lo que efectivamente estaba ocurriendo, no podía dejar de sonreír.

- - - F I N - - -

martes, 13 de octubre de 2009

151. Intervalo musical

Para los lectores que esperan el capítulo 9 de la novela, dejo aquí una obra maestra junto con mis disculpas por la tardanza.

sábado, 3 de octubre de 2009

150. La novela del tiempo - Capítulo 8

Cuando salían de la estación, María propuso que siguieran un camino diferente para volver a su casa con el propósito de atravesar un muy bello parque arbolado que se conoce con el nombre de Paseo del Bosque, donde se encuentra el observatorio astronómico. Caminaban en silencio hasta que, de pronto, Juan le dijo a María que la conversación que habían mantenido más temprano tenía una gran trascendencia para él. Le explicó enseguida que esa trascendencia tenía que ver con el enfoque tan especial que ella le daba a los temas, prescindiendo de los detalles y yendo desde un principio a lo medular y esencial. Enfatizó esa afirmación citando de memoria la frase que ella había dicho al comienzo de la exposición sobre su punto de vista acerca de los viajes en el tiempo, aquélla que empezaba con “supongamos que el viaje en el tiempo es factible…” en la que con sólo nueve palabras ponía todo el tema de la factibilidad técnica y el fundamento científico del viaje en el tiempo en un claro segundo plano. María agradeció sonriendo con un “bueno, Juan, sólo traté de que quedara clara cuál era mi posición sobre el tema…” “Exactamente”, repuso Juan y agregó: “me parece que pusiste toda la problemática en su justa perspectiva y con lo que dijiste luego casi afirmaría que sentaste las bases de cómo debería ser una política científica razonable, en especial en un país como el nuestro donde el dinero no sobra.” “Puede ser… tal vez…” dijo María y quitando importancia al asunto, continuó: “fueron dos o tres ideas sueltas, Juan.”
En ese momento, súbitamente, Juan tuvo la certeza de que lo más significativo del diálogo de los últimos minutos era, en realidad, la forma en que María pronunciaba su nombre. No encontraba una descripción racional, pero sintió que había algo muy especial en ese detalle. Esto le produjo una cierta confusión mental pero rápidamente logró reorganizar sus pensamientos para intentar decir algo trivial como “¿notaste María que estamos a unas cuatro cuadras de donde se hizo aquel almuerzo en el congreso de fluidos…?” “ah, sí… el club Estudiantes de la Plata… ¿estará abierto ahora…?” dijo ella como sugiriendo visitarlo, a lo que Juan rápidamente respondió: “podemos ver…”
Cuando se acercaron a la antigua construcción que era la sede del club, no sólo obsevaron que efectivamente estaba abierta sino que también a esa hora de la tarde se encontraban allí varios grupos de personas tomando el té y conversando animadamente. “¿Entramos?”, dijo María, a lo que Juan respondió enseguida “Claro que sí, María…” pero pronunció su nombre de una manera levemente diferente a como lo había hecho anteriormente, lo que fue advertido inmediatamente por María.
Se sentaron en una mesa junto a un amplio ventanal que daba a la densa arboleda del paseo. Los árboles filtraban la luz de un sol que ya buscaba el horizonte, dejando pasar de cuando en cuando unos reflejos dorados que, de a poco, iban cambiando a matices que tendían al naranja y al rojo. Sólo pidieron té.