
Enrique arregló telefónicamente con María que el encuentro sería el sábado de la siguiente semana en la casa de ella en La Plata, ya que entre lunes y viernes era virtualmente imposible concordar un horario por las obligaciones que todos tenían. La demora de unos diez días había sido sugerida por María para que cada uno de los tres pudiera ordenar sus ideas e inquietudes y, tal vez, hacer un breve resumen escrito para los demás.
Cuando Enrique le comunicó a Juan esos detalles, éste le dijo que si bien era una excelente propuesta retrasar un poco la entrevista con el fin de organizarse, también era cierto que se sentía un tanto ansioso con todo lo que tenía que ver con el tema que lo obsesionaba y la espera le iba a resultar difícil de soportar.
Efectivamente, la semana siguiente se presentó complicada para Juan ya que en medio de sus tareas no dejaba de pensar en la inminente reunión. En particular, seguía resonando en sus oídos la frase "el enfoque de María era más bien desde el punto de vista del ser humano..."
Enrique y Juan se encontraron el jueves por la tarde y conversaron acerca de sus expectativas sobre lo del sábado. Mientras que Enrique creía que podrían obtener alguna información útil de ese intercambio de ideas, Juan era más bien escéptico ya que argumentaba acerca de qué clase de información técnica valiosa poseería alguien que provenía del área de la Matemática, mostrando así el prejuicio clásico de los de su profesión. Pero, finalmente, tuvo que acordar con Enrique en que, en el peor de los casos, habrían hecho un lindo paseo a una ciudad que tenía lugares muy bonitos.
El sábado se encontraron en la terminal de trenes de Constitución a las ocho de la mañana porque, aunque a ninguno de los dos le gustaba madrugar, habían convenido con María llegar a su casa cerca de las diez.
Se encaminaron a la plataforma once y, en cuanto subieron, consiguieron un buen lugar para sentarse ya que los fines de semana y, sobre todo a esa hora, los trenes andaban bastante vacíos. Enrique se sentó junto a la ventanilla y Juan a su lado. Estuvieron un buen rato en silencio quizá porque cada uno creía que el otro estaría ocupado ordenando sus ideas ya que, por supuesto, ninguno de los dos había realizado la tarea del informe escrito. Juan rompió el silencio con un "che, Enrique, ¿vos de dónde la conocés a María?", a lo que Enrique le respondió: "Mirá, la cosa es así: ella empezó estudiando Ingeniería en Buenos Aires pero cuando estaba en segundo año la familia se fue a vivir a Tolosa, que por aquella época era un pueblito muy cercano a La Plata y ahora, como sabés, es un barrio más de la ciudad. Y no tenía ninguna intención de viajar más de tres horas por día, ¿entendés? Además de eso se le dio por la Matemática, quien sabe por qué." "¿Y ella era compañera tuya de facultad?", interrogó Juan. "Bueno, más o menos... cursamos una de primero y tres de segundo juntos" "¿y cómo era para ese entonces...?" "Mirá, la verdad es que era un poco extraña; una cosa que recuerdo es que siempre andaba con algún libro que no era de las materias que cursaba... qué se yo, Filosofía, Psicología... cosas así" "entonces si era compañera tuya tendrá nuestra edad, ¿no?", insistió Juan. "Sí, cuarenta y siete, cuarenta y ocho o algo así" cerró Enrique y se puso a mirar por la ventanilla.
A los pocos minutos, Juan con el propósito de retomar la conversación, dice: "¿Y dónde hay que bajar, en Tolosa o en La Plata?". Enrique, se ve que muy concentrado en algo, tartamudea "¿Qué, qué...?" "No", le dice Juan... "que dónde hay que bajar", destrozando el idioma, como corresponde a un nativo de Buenos Aires. "No", responde Enrique, destrozando del mismo modo con el adverbio la opción propuesta, "en La Plata; se compró un departamento grande en el centro...", se siente obligado a explicar. "Che, y ¿cuánto falta...?". "A ver... ésta que pasamos era Ringuelet... diez minutos, más o menos"
Cuando llegaron a La Plata eran las diez menos veinte, y, entonces, le dice Enrique a Juan: "Y si vamos caminando...? Mirá que es acá nomás y si vamos en taxi vamos a llegar temprano", haciendo que el idioma español reciba varias estocadas, una de ellas, mortal. "Dale, vamos caminando, entonces" (aquí nuestro idioma ya no se entera de lo que ha pasado...).
Cuando ya falta poco para llegar a la casa de María, inesperadamente dice Juan: "che, ¿estoy peinado...?", "mmmm, casi" le responde Enrique, y agrega: "mirá que falta una cuadra, ¿eh?", con el maravilloso "eh" enfático cuyo significado varía según la ocasión y, a veces, no significa nada.
Llegaron enseguida y Enrique tocó el timbre, mientras Juan todavía se estaba pasando un pequeño peine negro, que siempre llevaba consigo, por sus cabellos que ya comenzaban a ralear.