martes, 19 de febrero de 2008

13. Los comentarios de Daniela

He tentado a uno de los comentaristas del párrafo 11 de este blog a tener un espacio propio para explayarse sobre los temas que desee compartir con mis lectores. Como es una pluma destacada de la ciudad de Buenos Aires tal vez permanezca detrás de un seudónimo o tal vez no.
Por el momento no lo sé. Tampoco sé, y por eso no lo puedo compartir con ustedes, si sus contribuciones serán muchas y frecuentes o, por el contrario, una o dos y luego habrá una referencia a un nuevo y resplandeciente blog y ustedes me abandonarán para ir a leer cosas más interesantes en otro lugar...
Por ahora tenemos aquí un gran signo de interrogación que nuestro comentarista se encargará de despejar... O al menos eso creo.
Como siempre, gracias por la paciencia que me tienen.
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Han pasado varios días desde que escribí el párrafo anterior y ahora puedo invitar a mis lectores a disfrutar de los dos primeros comentarios de Daniela.
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Han pasado ahora algunos meses desde que escribí el párrafo anterior y puedo, con gran placer, invitar a mis lectores a visitar el blog de Daniela. Su dirección es:
http://ponersealhabla.blogspot.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La visita colombina

Entrar al Teatro Colón de Buenos Aires puede ser una experiencia sublime para cualquier corazón melómano, pues el lenguaje que allí se habla es universal. Arpegios, acordes, y silencios…
-fundamentales estos últimos también- se combinan con maestría bajo la omnipresente cúpula soldiana. Pero hoy no me voy a referir a las miles de presentaciones que se han prodigado en los últimos cien años, sino a la visita guiada que toda persona podía hacer hasta fines del 2006. (Les comento a los que no viven en “La Reina del Plata”, que el gran coliseo porteño de la lírica se encuentra atravesando una… ¿cómo decirlo?, poco feliz etapa de restauración, con idas y vueltas y retrasos incalculables. Pero dejando esto aparte, cuando aún podíamos hacer la visita guiada en español or in english, resultaba ser esta una experiencia interesantísima que nos permitía contemplar y disfrutar de los sectores menos conocidos -y más íntimos- del teatro. El gran salón de ensayo de los bailarines, justo debajo del escenario; las salas totalmente aisladas acústicamente de los músicos; talleres varios de carpintería, herrería, zapatería, vestuario, pelucas, bijouterie, se van hundiendo como catacumbas bajo la Av. 9 de Julio. (¿Acaso será esta la más ancha del mundo como repetimos desde chicos? Por las dudas no lo digamos en voz alta que si se enteran en Dubai hacen una que la duplique.)
Todo este prolegómeno con el fin de ponernos en tema y referirme a los comentarios que nos iban haciendo las guías que oficiaban de Virgilio. Ante todo querría dejar en claro que el noventa por ciento de las veces aprendí y me sorprendí también con lo que nos explicaron, datos interesantes y curiosos, anécdotas, un sinfín de historias urbanas. Pero como también es fácil recordar lo que desarmoniza y descoloca, entre tantas palabras que usaban las señoritas, por todo lo alto, para calificar a tan magno edificio, (y debo aclarar ahora que había una guía experimentada que entrenaba a una novata, y es precisamente esta última la que nos interesa, pecosa y pelirroja ella), se coló una palabra intrusa, como en el famoso juego.
Estábamos muy instalados en el palco presidencial, escuchando sobre: el palco de las viudas, las tallas de madera doradas a la hoja, los asientos rellenados con crin de caballo, la pana roja, la araña de 4.000 luminarias, el telón bordado con hilos de oro, mármol de carrara, bronce, estuco, venecitas, balaustradas, escalinatas, lujo, fausto, elegancia, soberbia de una Buenos Aires que supo edificar un teatro de semejante… ¡¿CALAÑA?!*
Upa, miradas cómplices entre las docentes que acompañábamos al grupo, pero la inocente guía “colombina” (vamos a innovar con otras acepciones de viejos términos, para no ser menos) no pareció percatarse de nada. Nos quedamos pensando con mis colegas si una simple palabra podría haber conspirado contra la permanencia de la novel guía en el cuerpo bilingüe de elite de “personas autorizadas para enseñar a los forasteros las cosas notables de una ciudad…” como apunta la Real Academia.
Ahora pienso que quizás la jovencita se haya contaminado con alguna lectura de textos que expliquen que ese distinguido palco en el que nos encontrábamos, especialmente en galas oficiales, sí es frecuentado por gente digna de semejante epíteto.
* Aclaro que el término se usa en la mayoría de los casos en sentido despectivo, aunque el diccionario lo consigna con sentido positivo también aunque más ajeno al uso corriente.

Daniela G. H.

Anónimo dijo...

El código

Código de vestimenta: reglamentación sobre el conjunto de prendas con el que se CUBRE el cuerpo.

Una fresca (nunca me gustó lo de “calurosa”) bienvenida al código de vestimenta, una costumbre que bien puede parecer de otra época, pero que muchos hemos aprendido a valorizar. Volver a ver cómo se siguen unas pautas de atavío específicas para los que asistan a clase va a ser algo refrescante, comparable al glorioso día en el que en los locales de comida de la C.A.B.A. (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) pasaron a ser prescindibles los ceniceritos, metálicos, de plástico o de vidrio (todos por igual pasaron a la vitrina de los recuerdos).

Mi pensamiento les puede parecer retrógrado, sí, puede ser, pero ha sido producto de ver demasiado estudiante en traje de baño, bien playero, ojotas y hasta descalzos desplazándose por los pasillos. Recuerdo que el año pasado a uno de mis estudiantes extranjeros no lo dejaron ingresar a una conocida casa de estudios de la zona de Puerto Madero, que cuenta desde hace años con una reglamentación por el estilo. Con la excusa del calor podríamos bien avanzar en el abandono del uso de más y más prendas hasta quedarnos con una chala (la hojita de Adán y Eva, versión autóctona) de la humita que comimos anoche, a modo de taparrabos. Opino sobre esto, que el hábito no hace al monje, pero tapa muchas miserias. Todavía recuerdo a la superiora de mi colegio descosiendo a los tirones el ruedo del jumper de alumnas que lo llevaban por arriba de la rodilla. ¡Qué alivio fue no tener que sufrir nunca esa humillación frente a toda la formación! Es que algunos no pasamos por la fase de rebeldía estética… o la canalizamos de otras maneras.

Se puede contraargumentar que seguramente hay cosas más importantes, que las hay, sin dudarlo. Pero no puedo dejar de pensar que “El vestido habla”, como reza el título del libro de Nicola Squicciarino, y si se pretende formar profesionales que van a desempeñarse el día de mañana en diversos puestos en empresas, es importante que manejen también este lenguaje visual que va a decir mucho de ellos a los demás. No olvidemos que estamos proyectando nuestra imagen. Hay un lugar para ser formales, otro para ser informales y las bermudas son definitivamente para los períodos vacacionales. Así que me preparo para despedirme de la visión de multitud de piernas velludas y uñas encarnadas en sospechosamente percudidos dedos de las extremidades inferiores.

¿Traerá esto polémica? No lo dudo…. ;-)))
Pertenezco a la generación X (los de treinta y tantos) e interactúo en general con jóvenes de la generación Y (nacidos entre el ´81 y el 2000), pero creo que estas cuestiones no traen divergencia solamente por temas de edad, pues hay muchos profesores baby boomers (del ´45 al ´56) que van a estar muy en desacuerdo con la implantación de cualquier código restrictivo. Ya estoy ansiosa por escuchar las repercusiones.

Daniela G. H.